Los cipreses no solo se usan en los cementerios.

El mareo va a más.

No quieres que nadie piense que eres un borracho en el día que te van a nombrar el mejor copywriter del mundo.

Y menos ante esa audiencia.

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Te escabulles de la fiesta para tomar el aire y sales a un pequeño balcón sin que nadie te vea.

Aun queda mucho para tu gran momento.

Tienes tiempo de sobra de refrescarte, repasar tus palabras de agradecimiento y volver.

Pensaste en empezar con un chiste.

Pero que idiota!

Debes empezar con una historia.

Sorprenderlos.

Y demostrar el método que te ha traído hasta donde estás.

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Notas la garganta seca.

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Bebes un poco de agua y el aire frío de la noche empieza a hacer efecto.

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Respiras.

Son tus 5 minutos de calma antes de la gloria.

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No hay prisa.

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Cuando te recuperas intentas volver al interior de la casa.

Es entonces cuando te das cuenta de que la puerta está cerrada.

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Estos idiotas te han dejado fuera y ni se han dado cuenta.

Verás el chasco cuando te nombren y no aparezcas.

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Quieres llamar la atención de los que estaban dentro.

Y entonces los ves.

Los invitados están en el suelo.

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Algo no va bien.

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Es más, algo va realmente mal.

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Esquivando cuerpos inermes unas sombras caminan entre ellos.

Parecen personas, pero son muy altos.

Y hay algo en sus caras que te desconcierta.

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Aunque no ves con claridad a través del vidrio templado tu cerebro hace horas extras para que espabiles.

Cada vez estás más alerta.

No puede ser.

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Los CÍCLOPES no existen.

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Al menos no en el universo como lo conocemos ahora.

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Escuchas una voz profunda, gutural, casi animal.

“No está aquí”.

“Debe estar, el Gran Maestre dice que lo ha visto llegar”.

“El impostor no está”.

«El impostor ha huido».

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Te escondes justo en el momento que uno se gira hacia la ventana desde donde les espiabas.

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El miedo tiene tus piernas clavadas al suelo pero, sin entender lo que ocurre, tu cerebro se ha puesto en modo supervivencia.

Tienes a todas las neuronas haciendo esfuerzos extra por unir los puntos.

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Tu mente tiene una conversación a dos bandas.

“El impostor no está!! ¿Realmente ha dicho eso?”.

«El Gran Maestre?».

«Olvídate del impostor y del Gran Maestre!!! Cíclopes tío!!!».

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Vale, VAle, VALE!!!

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Da igual, no sabes lo que está pasando.

No quieres saberlo.

Prefieres no quedarte a preguntar.

Con el mayor sigilo que puedes saltas del balcón.

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Por suerte no está muy alto y los setos amortiguan la caída.

Te escabulles con escalofríos por todo el cuerpo.

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¿Será esto el sentido arácnido de Spiderman?

Que tontería.

Yo no soy Spiderman.

Solo soy la persona que mejor escribe del mundo y venía a recoger un premio.

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Miras a tu alrededor.

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Hay sombras que se mueven y no eres capaz de hacer que te deje de temblar el cuerpo, en una mezcla entre frío y terror.

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En realidad es la adrenalina inundando tu torrente sanguíneo.

Preparándose para luchar o huir.

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Tu mente calibra todo lo que ocurre a máxima velocidad.

Algo te dice que tu bienestar físico depende de que salgas de esa casa.

TU VIDA!

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Miras hacia la reja por la que entraste hace sólo un par de horas, pero ves movimientos y temes encontrarte con algo peor.

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BROMEAS?? Qué podría ser peor que un cíclope?

En las películas se comen a la gente…

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Ñam!

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Escalofrío.

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Entonces lo ves.

Un jardín bastante denso y oscuro donde seguramente estarás a salvo de las miradas.

Al menos hasta que decidas qué hacer.

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Y puede que incluso al otro lado encuentres una salida de esa maldita casa.

Intentas caminar en silencio.

Resguardándote entre las sombras.

Y te escabulles por un pasillo de cipreses.

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Curiosa elección.

Antes pensabas que los cipreses solo se usaban en los cementerios.

Por lo visto ahora también se usan en los jardines de las casas donde envenenan a la gente cíclopes gigantes devora copywriters.

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De repente una pared te obliga a girar a la derecha y, otra más a la izquierda.

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Es un maldito laberinto?

Dónde me he metido?

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Empiezas a pensar que además parece ser que el ciprés también se usa en los laberintos de las casas de los cíclopes devora copywriters.

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Eso fue hace más de 15 minutos.

Has girado 100 veces a la derecha.

Y otras 1000 a la izquierda.

O más.

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Y no parece que estés más cerca de la salida.

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Pero lo que te preocupa no es eso.

Según parece que te adentras en el laberinto cada vez huele peor.

Y estás pisando algo que es crujiente y pegajoso al mismo tiempo.

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Demasiado para que no sea algo a tener en cuenta.

Piensas en los cadáveres de otros copywriters que nunca salieron de ahí.

Pero es imposible.

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O no.

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De repente escuchas con claridad pasos al otro lado del la pared del laberinto.

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En tu cabeza todo suena loquísimo.

Pero te ha parecido escuchar un bufido.

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Ha llegado el momento de decidir y sabes exactamente qué debes hacer.

Tú decides.

Te escondes.

Intentas huir.

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